Advaita Samnidhi muestra al Mundo el momento y la necesidad de plasmar y robustecer el incisivo y generalizado estado intuitivo que siente, analiza y al que despierta, en definitiva, la sociedad de nuestros días.
Una simple visión y reflexión ponderada, acompañadas de una mínima sensibilidad, son elementos suficientes para que cualquiera concluya que resulta necesario e incontrovertible un cambio radical en la evolución humana.
Un profundo examen –a la luz del simple discernimiento y los canales proporcionados por la ciencia y la crítica histórica- ha de permitirnos revisar con mayor lucidez los pasos dados por la Humanidad y detectar aquellos hechos que hoy siguen condicionándonos.
La necesidad de cambio surge porque la conducción del ser humano no ha sido armoniosa, sino amparada en una recreación intencional, creada artificialmente para adecuarla a una visión totalmente arcaica, falsamente mágica, tosca y propia a la simplicidad intelectiva y sensible de tiempos primigenios. Una visión basada en la creencia y el dogma que, lejos de favorecer la vivencia de lo inefable, ha alimentado un ultramundanismo generalizado a lo largo de la historia, con los resultados nefastos para el desarrollo del ser humano hacia la plenitud.
Una conducción obsesionada en mantener un status “hoy lo más parecido a ayer”. Limar lo que sobresaliese de esa tónica y contemporizar para mantener un equilibrio en la hegemonía. Y para conseguirlo no ha dudado en utilizar la creencia y el dogma para perpetuarse. Como tampoco ha importado ocultar y manipular la historia si convenía, o realizar labores de soga cuando se consideró necesario. Eso sí, con la máxima discreción y envolviéndolo todo con cánticos y pompas deslumbrantes para mantener asombrados y temerosos al común de los mortales, subyugándoles, con un u otro ardid, a las buenas beatíficas o a las malas judiciarias.
¿De qué ha servido todo esto? Si no es mantener en unas corruptas poltronas a unos pocos, que poseyendo tierra carecían de cielo, y permitir que otros no poseyeran ni tierras ni casi pudieran ver el cielo –entiéndase espíritu libre, inteligencia alentada o confort suficiente a sus necesidades más precarias.
La misma evolución y los propios logros del género humano han intentado poner coto, al menos, a los aspectos más groseros de esta conducción torcida. Aunque en el fondo, las actitudes de creencia y dogmatismo han contagiado las múltiples vertientes de la conducta humana, como la filosofía, la moral o incluso hasta la misma ciencia. Cual virus resistente a los diversos intentos antibióticos de neutralización, han mutado para adaptarse y seguir influyendo, con mayor o menor sutilidad, en los nuevos escenarios.
La escaldadura de lo religioso provocó la huida de todo aquello que oliera a inciensos. Con una marcha apresurada hacia un llamado –a nuestro juicio, imprecisamente- humanismo. Un humanismo que, si bien no tiene por que ser negativo –al contrario-, resulta insuficiente al encontrarse preso del reduccionismo científico y las habilidades tecnológicas, obviando peligrosamente la trascendentalidad que corresponde a aquello que –sin enterarnos del todo, todavía- llamamos VIDA.
Las creencias y dogmas laicos de nuestra moderna sociedad actual, no han sabido ofrecer del todo unos valores auténticamente trascendentes. Los vacíos creados han sido ocupados por el fundamentalismo consumista, con una doctrina muy simple: sólo debemos preocuparnos por satisfacer, aquí y ahora, los deseos artificiales que nos son presentados. Lejos de ofrecer una felicidad real, el hedonismo que se nos propone es una falacia que se evapora, más tarde o más temprano, en cuanto aparece una mínima pero sincera inquietud interna. Mientras tanto, el desasosiego, las crisis, las neurosis y todo tipo de alteraciones psicosomáticas se multiplican sin que, en muchas ocasiones, ni siquiera lleguemos a saber qué nos sucede o por qué surgen.
Desengañados y atrapados en un círculo vicioso que no sabemos resolver, volvemos de nuevo la mirada a Dios. No es malo pensar en Dios, naturalmente, pero insistir en como lo hemos estado haciendo estos miles de años últimos –sin vivir la circunstancia ni comprometernos, inquilinos de una fe temida sólo pero no vivida-, nos extravía y nos devuelve al pernicioso ultramundanismo que, con la promesa de un más allá, pretende hacernos más llevadero el más acá.
Cierto es que las instituciones reglantes o conductoras no han sido buenas y deben ser rectificadas. Cierto que han sido siglos de prevaricación, de mal hacer, de sectarismo y criterio torcido. Pero si lo analizamos profundamente, es el ser humano, en último término, el responsable de la situación lamentable que sigue imperando hoy, al permitir el cercenamiento de las posibilidades que, como bien supremo y general, corresponden a cualquier humano y, a su proporción, a los demás seres sensibles.
Unos siglos muy perdidos y cuyo único aspecto positivo es precisamente la experiencia vivida, que como suprema maestra incuestionable e inexcusable, nos fuerza a desear y a no dudar de la necesidad de dar un nuevo paso hacia una luz más precisa y efectiva. O como podría decirse más lúcidamente, una más necesaria «adecuación» a la era presente y futura inmediata.
Pero decimos, por todo esto, que la comprensión máxima nacida igualmente de esta amarga experiencia debe consistir en no aplicar, ahora nosotros, el mismo reglaje y en no cometer los mismos errores del pasado. Esta es la voz, el mensaje de toda una generación, superarse a la anterior.
Y para ello debemos empezar por el uso del criterio, del lenguaje y del trato adecuados en la Nueva Muestra de Futuro inmediato. Utilizando términos y modos de construcción mansa y servicial. Excluyendo situaciones de imposición o forzamiento abrupto. Considerando, con tolerancia y comprensión auténticas, todas y cada una de las situaciones íntimas de cualquier ser humano, que en última instancia son el resultado de su estado de captación o, en el mejor de los casos, de una libre elección.
El humano debe sacudirse el polvo acumulado desde un inicio antediluviano (nunca mejor dicho), desprendiéndose de esa atmósfera incrustada de inferioridad y culpabilidad, generada por la creencia y el ultramundanismo. Ha llegado el momento de escuchar sinceramente nuestra propia experiencia más profunda, descubierta, sentida y vivida en cada instante. Ha llegado el momento de dejar de creer para poder ser. De descubrir que somos VIDA y respirar la armonía de actuar como sus agentes.
Somos conscientes que este cambio representa una empresa, en un ahora decisivo, prácticamente inconmensurable. Se consideran incluso las más que previsibles reacciones de todas aquellas fuerzas que pudieran sentirse atacadas en la continuidad de sus asentamientos de privilegio. Pero no por ello podemos renunciar y considerarlo como algo irrealizable o que no sea posible su resultado efectivo en el plazo que sea preciso.
Afortunadamente, vivimos en la gran era de la comunicación, donde los corazones pueden gritar con mayor libertad sus criterios y sus anhelos, y donde el oscurantismo de crueles épocas pasadas no puede tergiversar, quemar o destruir tan a sus anchas.
Sólo queda aprestarnos, todos, para conseguir, para los que nos sobrevengan, un destino y una forma de vida lo más digna y lúcida posible. Y empezar a conseguir una dignidad, cuya última consecuencia, natural y lógica, sea agradecer haber surgido a esta luz del alba, en el espíritu de Dios, a lo cual, en palabra incorporada, preferimos llamar simplemente VIDA.
Pero eso sí, con mayúsculas.
Sri Bhagavan Advaitananda Vyasa Goe
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